lunes, 31 de octubre de 2016

La joven del metro

Andrés tenía que coger el metro todas las mañanas para ir a trabajar a la oficina. Era parte de su rutina semanal. Pocas veces cambiaba su vida, pues era monótona y repetitiva. Hasta que apareció ella.

Una mañana, entrando en el metro, justo cuando se iban a cerrar las puertas, se fijó en una chica a lo lejos, parada en medio de la multitud, que le miraba fijamente. Llevaba un vestido blanco, acompañado por un cinturón negro, zapatos azules y un pequeño bolso dorado con lentejuelas colgado en el hombro. No sabía por qué, pero le llamó la atención la apariencia de la joven, interrumpida por las puertas automáticas de la entrada del metro, que se cerraron pocos instantes después. Incluso horas después, cuando salió de trabajar, seguía pensando en la chica. Por alguna razón que ni él sabía.

A la mañana siguiente, Andrés volvió a coger el metro. Cuál sería su sorpresa al ver a la chica de nuevo en la cola, parada en medio de la gente que, apretujándose y empujándose, entraban en masa al vagón. Llevaba la misma ropa, el mismo vestido, incluso el mismo bolso dorado de lentejuelas, y con la misma mirada penetrante del día anterior. Andrés se sintió incómodo, pues ya era raro que la chica estuviera con la misma vestimenta dos días seguidos, y encima parada ahí mirándole a él, o al menos éso le parecía. Decidió no pensar en ello más, y se centró el resto del día en sus asuntos del trabajo.

No podía ser... Los demás días de la semana, la volvió a encontrar, en el mismo sitio, parada y mirándole, con la misma ropa. Ésto no era sólo casualidad. Tenía que ser una broma de mal gusto. Se sentía muy incómodo, observado todo el día, incluso a la noche, en su casa, pensaba en la chica. Sentía miedo y desasosiego, hasta que decidió investigar por su cuenta.

Buscando en Internet y en periódicos digitales artículos que hablaran sobre sucesos en el metro dónde se encontraba la muchacha, descubrió algo que lo dejaría sin respiración:

«JOVEN SE SUICIDA EN EL METRO DE VALENCIA»

Siguió leyendo con el corazón en un puño. Todo encajaba. Una muchacha de 20 años, que se tiró a las vías del metro, justo cuando éste iba a salir, muriendo aplastada en una lenta agonía. En su bolso se encontraron una nota de suicidio, en la que explicaba que lo hacía por motivos sentimentales.

Le entraron ganas de llorar, vomitar y gritar al mismo tiempo. Ganas que se acentuaron al escuchar golpes en la puerta del salón. No quería abrir, no quería que nadie lo viera así de alterado. Pero los golpes se hicieron cada vez más fuertes, ensordecedores y estruendosos. Andrés salió de su habitación, y se acercó lentamente. Con más miedo del que jamás había sentido, tomó aliento, y abrió la puerta violentamente, viendo pocos milisegundos antes de morir un reflejo dorado.

domingo, 30 de octubre de 2016

La Venganza de la Noche

Hace muchos milenios, en el comienzo de los tiempos, convivían el Sol y la Luna juntos en la Tierra, con los humanos, brindándoles el día y la noche, trayendo paz y equilibrio vital a la Humanidad y a todos los seres de la Creación.

Pero la Luna se sentía marginada, rechazada por las personas, que disfrutaban del hermoso día y de la luz del Sol, portador de vida y buenas cosechas para los humanos. Sin embargo, a la noche, se refugiaban en sus casas, sin siquiera observar su maravilloso firmamento de estrellas, ocultándose del frío y la oscuridad.

Tanto se hartó que, un día, antes del amanecer, despertó a los humanos a voces. Con una horrible presencia, anunció a todos que, desde ese momento, cada noche pasarían cosas terribles entre los pueblos, como castigo a la Humanidad por ignorar su obra. Con su poder, creó a un ser de sombra, con forma de lobo, ojos de fuego y dientes de marfil, que reinaría la discordia y el sufrimiento sobre los humanos.

Y así como lo dijo, a partir de entonces, a la noche ocurrían sucesos horrendos: asesinatos, abusos, agresiones, guerras, robos... Los humanos no sabían qué hacer, y aunque intentaron arrepentirse y hacer reflexionar a la Luna, no pudieron detener su castigo.

Tanto el Sol como la Luna fueron desterrados por Dios, al ver el desastre que hicieron, convirtiéndolos en una estrella y un satélite, que mantendrían a la Tierra en su equilibrio. Ni siquiera él pudo detener a ese ser, que se metía en el corazón de los hombres y los tentaba a pecar y hacer daño. Satanás, al ver ésto, se aprovechó para conseguir almas humanas, corrompidas por el lobo de sombra, que eran mandadas al Infierno.

Las leyendas cuentan que, aún hoy, ese ser sigue suelto en la Tierra, y que es más poderoso que nunca. Con su poder, pretende tentar a la Humanidad y acabar con ella, por todo el sufrimiento que le causó a su dueña.

sábado, 29 de octubre de 2016

Querido Yo muerto

Querido Yo muerto:

¿Cómo estás? Yo muy bien, disfrutando mi vida hasta reunirme contigo. Espero que tu ataúd sea cómodo y grande. Seguro que el funeral ha sido hermoso, yo tengo a mucha gente querida alrededor, lamentablemente no estarán para verme allí cuando muera, y creo que es lo mejor, pues Mamá y Papá sufrirían mucho.

Yo acabo de nacer hace diez años, ojalá que cuando nos reunamos seas ya mayor, y hayas aprovechado bien la vida. Mi madre dice que el abuelo va a ir pronto a donde tú estás. ¿Estás en el Paraíso o en el Infierno? Yo he sido buen niño, seguramente estarás en el Cielo, con el abuelo y los demás que luego se irán: la abuelita, Papá, Mamá, la Tita...

No sé cómo enviarte esta carta, ni si la recibirás, pero si la lees, por favor, no respondas. No quiero saber cuándo moriré, ni cómo. Prefiero que sea una sorpresa, una sorpresa desagradable valga la redundancia. Pero si muero feliz, con mi familia, moriré satisfecho, sabiendo que todos me querían. ¿Cómo se sentirá estar muerto? ¿Cómo será el Paraíso? ¿Estará Dios allí? ¿O es verdad que no existe nada de éso? El Padre en misa nos dice a los niños que si somos buenos, Dios nos lo recompensará con la vida eterna en el Cielo. ¿Cómo será ser un alma inmortal?

En todo caso, espero que hayas arreglado tus asuntos antes de morir, y te hayas ido tranquilo. Nunca es bueno dejarse cosas pendientes, y no está de más decirle todos los días a las personas que amas ''te quiero'', por si te vas de repente y sin avisar.

En fin, me estoy enrollando mucho. Que disfrutes del Paraíso, y diles a Mamá y Papá que su hijo de diez años les manda besos desde la tierra. Te veré dentro de poco o mucho.

Hasta luego.

- Tu cuerpo mortal.

viernes, 28 de octubre de 2016

Acuafobia

Le tengo fobia al agua. Desde que era una niña, nunca me agradó el agua. Según mis padres, incluso en mi más tierna infancia, lloraba cuando me bañaban, y si me llevaban a la piscina o la playa, se tenían que venir a la media hora, ya que no soportaba estar dentro del agua y me salía llorando y chillando. Me llevaron a psicólogos infantiles, psiquiatras, pediatras, pero nunca lograron hallar la razón de mi extraña patología.

Ya tengo 23 años, y mi fobia sigue sin irse. No me siento mal cuando bebo agua, o cuando la veo, pero cuando la siento en mi piel... Es horrible. Siento que me ahogo, que me asfixio, que mi cuerpo deja de responder, que todo se vuelve negro. Siento... Siento que me muero.

No puedo bañarme, sólo puedo darme duchas rápidas, y tampoco soporto ir a la playa o la piscina. Incluso si siento el fondo y estoy acompañada... Tengo ese miedo.

A veces, al mirar el agua en un vaso, veo cosas. Veo reflejos, gotas de sangre, incluso figuras lejanas que instantáneamente se desvanecen como humo negro. Hace unas semanas, me eché un vaso de agua, y mientras la vertía en el vaso, vi un rostro. Un rostro de un hombre mayor, de fríos ojos azules, con expresión sería, en el fondo, difuminado y distorsionado por el agua que caía. Me asusté tanto que tiré el vaso de cristal, rompiéndolo y derramando todo en el suelo. Me senté en el sofá, mi corazón se me salía del pecho. No era una ilusión, lo vi perfectamente. ¿Quién era ese señor?

Ayer llamé por primera vez en mucho tiempo a mis padres. Entre la Universidad y otros asuntos pendientes me distraje de llamarlos y preguntar por ellos. Después de hablar un rato, decidí contarle lo que me pasó a mi madre. Ella calló por unos segundos, para luego preguntarme con un hilo de voz:
- ... Cómo... ¿Cómo era su rostro?
Se lo describí lo mejor que pude: un hombre algo mayor, serio, de ojos azules, muy brillantes. Mi madre sollozó y prosiguió asustada:
- Ese hombre era tu abuelo... Murió ahogado en la bañera, tratando de suicidarse, por el deshonor de quedarme embarazada de ti fuera del matrimonio.

jueves, 27 de octubre de 2016

El gato ciego

Una fría noche, una joven iba caminando por las oscuras y solitarias calles, de vuelta a casa después de un día de trabajo en el restaurante donde servía, cuando al llegar se encontró una sorpresa en el porche de su casa. Un gato negro, bastante adulto, sucio y con el pelo alborotado, estaba acurrucado en frente de la entrada, resguardándose del frío. Ella se enterneció y se acercó curiosa para verlo mejor. Inmediatamente, el gato despertó alertado por su presencia, levantando la cabeza y mostrando algo horrible y triste; sus ojos estaban velados, de un color azul gélido, sin pupilas, cegado totalmente, seguramente por alguna enfermedad que nunca fue curada al no tener dueño. La mujer, que amaba a los animales, en especial a los gatos, casi se puso a llorar al verlo, y, con cuidado, levantó al felino, que no opuso resistencia, y lo metió en la casa. Allí, ella se hizo cargo del animal, lavándolo, cuidándolo, y dándole de comer.

Unos días después, al volver del trabajo, el gato no estaba. Ella buscó y buscó, por la casa, el barrio, pero nada; el minino había desaparecido. Estaba destrozada, ese gato era su única compañía, y lo había perdido. Se echó en su habitación para tranquilizarse, y se quedó dormida del cansancio.

Al despertar, era de madrugada, la noche era oscura, y la luz de la luna y las farolas de la calle entraba por la ventana. Al intentar levantarse, se dio cuenta de que no podía; estaba atada de las manos y los pies a la cama, con cuerdas y trapos sucios. Gritó por ayuda, intentó zafarse, pero de nada sirvió. Su corazón se le salía por la boca, y mientras pensaba en su desesperada mente cómo había llegado ahí, la puerta se abrió con un chirrido.

Era el gato, el gato ciego, que había vuelto. Se alegró de verlo, pero su alegría se convirtió pronto en temor y pánico; la figura negra del animal se expandió, como una sombra creciendo, tornándose y tergiversándose hasta tomar una altura considerable, y después moldeándose hasta ser una figura encorvada humana.

La negra figura encendió la lámpara de la habitación, mostrándose a sí mismo. Era un hombre viejo, con la tez arrugada y curtida por los años, de pelo escaso y blanco, encorvado y con andar patizambo. Sus ojos eran azules totalmente, velados como los del animal, y a pesar de estar ciego, sentía a la muchacha, acercándose a ella lo más que pudo, para luego decir en una voz ronca y apagada:
- Gracias por haberme acogido, tienes un corazón de oro, lástima que tenga que arrancarlo de tu cuerpo.
La bombilla de la lámpara estalló. La mujer soltó un grito ensordecedor, que fue callado por la mano del viejo. Éste, con la otra, tomó un cuchillo y remató el trabajo.

Días después, encontraron en su habitación el cadáver en estado de descomposición de la joven, con la garganta rebanada. Los ojos y el corazón habían sido arrancados de cuajo con una fuerza bestial.

Nunca más se vio al animal.

miércoles, 26 de octubre de 2016

El experimento de Dios

No sabíamos quiénes éramos, sólo sabíamos que un día nos despertamos aquí, en estas casas de piedra, observados por ese ojo negro gigante, que nos miraba desde el infinito. Nos habló, éramos sus conejillos de indias, sus ratas de laboratorio, sus esclavos. Desde el primer día nos lo dejó bien claro: Obedecer o morir.

Éramos seis hombres y seis mujeres adultos, nos llamábamos según el puesto que ocupábamos de mayor a menor en cuanto a edad. Yo era Duodécimo, el más joven, aunque no sabía cuántos años tenía en realidad. El ojo, que nos ordenó llamarlo Señor, nos puso unas normas a seguir: Conseguir a una pareja del sexo opuesto, no ser violentos ni discutir con los demás, a menos que el Señor nos lo ordenase, no pensar nada, tramar nada ni decir nada a espaldas del Señor, y por supuesto, obedecerle sobre toda circunstancia, incluso si implicara algo horrible, como matar o suicidarte.

No teníamos ropa, íbamos desnudos, pero no era problema, ya que no hacía frío allí, y el Señor nos ordenó no tenernos vergüenza unos de otros. El primer día, nos indicó conseguir una pareja, y después, en nuestras casas, tener relaciones con ella, incluso si ésta no quisiera, hasta fecundarla. Ninguno queríamos, pero no teníamos elección; el castigo del Señor sería horrible.

Él nos observaba todos los instantes del día y la noche. Incluso sin observar, sabía qué hacíamos en cada momento. Había seis casas en total, juntadas en un terreno parecido a un descampado desierto, pero limitado por una gran cúpula transparente. Más allá, sólo se veía luz, si era de día, u oscuridad si era de noche. En cada casa vivíamos una pareja, la mía era Octava, una mujer algo más mayor que yo, morena con los ojos marrones. Nuestra comida surgía automáticamente de los frigoríficos de las casas, cada vez que el Señor nos lo ordenaba, lo abríamos y la comida aparecía en él.

Las mujeres eran obligadas a masturbarse y tener relaciones entre ellas ante el Señor, con la amenaza de matarlas si no lo hacían. Cada día nos ordenaba cosas más siniestras. Un día, me ordenó pegar a Octava, y después que ella me pisara y caminara sobre mi estómago. Nos costó mucho, pero teníamos que obedecer. A Segundo lo obligaron a beber la orina de Séptima, y a Primero, el más mayor, le obligaron a empacharse de comida, para luego vomitar en la boca de Décima.

Meses después, cuando nacieron nuestros hijos... Fue horrible.

El hijo de Quinto y Undécima murió al nacer, por lo que el Señor les obligó a comerse el feto muerto, delante de todos nosotros, y después tener relaciones en el charco de sangre. Cuando nuestros niños empezaron a crecer, obligaron a Tercero a violar a su hija, amenazándole de matarla lentamente si no lo hacía. Obedeció, pero poco después, él, su hija y su pareja se suicidaron con unos cuchillos de la cocina. Otros cinco más se mataron entre sí a golpes. Cuatro murieron castigados por el Señor, por no obedecer la orden de hacer sangrar a sus hijos a arañazos.

Sólo quedábamos Quinto, Undécima, Octava, mi hijo y yo. El Señor nos ordenaba cada vez cosas más mórbidas: Herirnos a nosotros mismos con piedras, pegar a nuestra pareja hasta que sangrara por la nariz, hacer nuestras necesidades encima de alguien... Cada vez peor, como si quisiera poner a prueba nuestra cordura.

Un día, a Undécima le ordenó asesinar a Quinto, y después comer sus vísceras y sus sesos delante de nosotros. Después de éso, ella se quitó la vida, tragándose los huesos de su cadáver, asfixiándose.

Poco después de éso, el Señor me llamó. Me dijo algo que me hizo llorar, pero no tenía opción:
- Duodécimo, voy a destruir este experimento. Tienes que asesinar a tu familia y así acabar con su sufrimiento, sin embargo, te ordeno que presencies conmigo el final, pues quiero contarte algo.
No quería, sólo deseaba que ésto acabara, pero era mejor acabar con sus vidas rápido y con mis manos que lenta y dolorosamente por el Señor. Así, a la noche, cuando Octava y mi hijo dormían, les rebané la garganta con un cuchillo, de la forma más rápida y eficaz que pude.

Salí de la casa y llamé al Señor. Grité, grité con alaridos y llantos que ya los había matado, que acabara con ésto ya. Su ojo apareció en el oscuro cielo, y me contestó:
- Tranquilo, Duodécimo, no te preocupes. Ahora terminaré con este experimento. Pero antes, quiero contarte quién eres, y por qué hice ésto.
Escuché atentamente antes de morir:
- Yo os creé a vosotros hace miles de años, como plaga para la Tierra. Para probar vuestra moral y vuestros límites, os encerré a varios aquí. Hasta el día de hoy, he estado reflexionando y pensando, basándome en vuestras acciones, en si de verdad fue buena idea perdonar a la Humanidad. Ahora, destruiré este experimento, y además a toda la Humanidad, para que no quede nada más de la creación. Adiós, Duodécimo.
Antes de que él terminara de hablar, yo me reí y le dije descaradamente:
- No sé de qué estás impresionado, Señor.
- ¿A qué te refieres? -preguntó.
- Tú eres Dios.
- No. Yo soy Lucifer. Dios me ordenó hacer este experimento, con la promesa de llevarme posiblemente a toda la Humanidad al Infierno.

martes, 25 de octubre de 2016

Mi hijo hablaba con la pared

Mi familia era como otra cualquiera. Nos casamos hará 7 años, y hace 5 tuvimos a nuestro hijo. Un niño, de pelo castaño y ojos verdes, con pecas en la nariz y mofletes rosados. Lo llamamos Álvaro, como mi padre, que en paz descanse. Nos mudamos a una casa en medio del bosque, poco después de tener a nuestro hijo, ya que nuestro pequeño piso estaba en medio de la ciudad y mi mujer necesitaba aire fresco para recuperarse, además de más espacio para el bebé. Nos mudamos, y criamos a nuestro niño lo mejor que pudimos, con amor y esfuerzo. Él era muy simpático y alegre, como cualquier otro niño de su edad... Pero tenía una extraña costumbre.

Él hablaba con la pared. No cualquier pared, hablaba con la pared de su cuarto. Me acuerdo la primera vez que lo vi hacer éso. Estaba en el salón, viendo televisión con mi mujer, cuando fui a revisar qué hacía nuestro hijo en su habitación. Supuse que estaría jugando con sus juguetes, pero nada más alejado de la realidad. Estaba sentado, con las piernas cruzadas, mirando fijamente y hablando con la pared. Le hablaba de sus juguetes preferidos. Le decía con torpeza cuánto le gustaba jugar con su oso de peluche, o tocar su teclado musical. Me extrañé mucho, pero supuse que sería algún amigo imaginario que habría inventado, así que no le di importancia.

Semanas después, volví a verlo hacer éso mismo, esta vez, estaba mostrándole un peluche de un perro que le habíamos comprado como regalo de cumpleaños una semana antes. Esta vez entré al cuarto y le interrumpí:
- Álvaro, ¿con quién hablas?
-Hablo con ella. Está ahí, en la pared. Le estaba mostrando mi regalo.
Creía que mi teoría de la amiga imaginaria era cierta, pero me equivocaba enormemente.

Un mes después, entré a su cuarto y le vi con las manos rojas y heridas, dando golpes en la pared. Lo detuve inmediatamente y lo alcé en brazos, estaba llorando, y tenía los nudillos pelados:
- ¿¡Qué se supone que estabas haciendo!? ¿¡Éstas mal o qué!?
- ... Papá... Ella me lo pidió... - sollozó. - Dijo que estaba atrapada en la pared, y que si no hacía algo para sacarla de ahí, me haría daño...
Esta vez tenía miedo, miedo de algo desconocido. No sabía qué estaba pasando, se lo conté a mi mujer, ella no podía creerlo. También se asustó, en especial al ver las manos del niño. Le curamos, le consolamos y tranquilizamos hasta que se le pasó. De esa noche en adelante, Álvaro dormía siempre con nosotros. Cada vez que le sugeríamos que durmiera en su habitación, él se ponía a llorar. Lloraba diciendo que no, que no quería volver a estar en su habitación, que esa niña le hablaba cosas siniestras. Le decía que quería salir de la pared, que nos lastimaría si no la ayudábamos. No sabíamos qué hacer, hasta que decidimos llamar a un albañil y pedirle que picara en la pared. Un rato después, nos llamó de urgencia.

Un cadáver putrefacto de una niña pequeña se encontraba emparedado allí. Su cara era hueso, apenas colgaban unos pellejos de carne descompuesta del cráneo. Llevaba un vestido azul celeste, destrozado a tirones, y unos zapatos negros, hechos polvo. Al ver semejante cosa estuve a punto de vomitar, y mi mujer pegó un grito estruendoso. Llamamos inmediatamente a la policía, que se presentó en un rato allí y examinó el lugar. El cadáver pertenecía a una niña, de seis años, desaparecida hace ocho. La niña aparentemente fue secuestrada por un hombre, abusada y asesinada. El hombre emparedó el cadáver en una habitación de su casa, y años después nos la vendió. La policía buscó al asesino, pero escapó después de tener nuestro dinero, y no se le ha encontrado aún.

Hoy día vivimos en una casa en un pueblo bastante tranquilo. Hemos intentado olvidar esa horrenda experiencia, pero por mucho que lo intento, no puedo. En mis sueños, aún se me aparece la niña, con su cuerpo putrefacto y sin vida, amenazándome con matarnos a todos. Y aún, cuando miro a la pared de mi dormitorio, siento una sensación muy incómoda, siento... miedo. Me siento observado.

Mi hijo hablaba con la pared...

lunes, 24 de octubre de 2016

Éso

Éso es lo que nos mira desde cada rincón. Éso es lo que sientes cuando estás solo en casa y escuchas un ruido. Es lo que sentimos cada día de nuestra existencia. Omnipresente, capaz de hacer perder la cordura y moral hasta límites desconocidos, caer en la desesperación, el pánico, la confusión...

Es capaz de cualquier cosa. Está en todos los corazones de cada ser del mundo. Nadie se salva de él. Éso se apodera de cada pedazo de tu carne, cada rincón de tu mente, cada vez que apagas la luz, acecha allá en la esquina más oscura, para apropiarse de tu ser cuando menos te lo esperes. Es invisible, pero se puede sentir, más que ninguna otra cosa que ningún humano haya sentido jamás. Si se apodera de tu cuerpo y tu mente, puede hacer cosas impensables, cosas que perturbarían hasta a la persona más mórbida y despiadada de la faz de la tierra. Éso mueve pueblos, civilizaciones, corazones, cuerpos, almas, cada día, cada minuto, cada instante.

Cada segundo de tu vida, lo sientes. Sabes qué es, sabes que siempre está ahí, aunque lo intentes disimular. Nunca deja escapar una presa. Y tú, tú mismo, ya has sido cazado por éso muchas veces, y lo has sufrido hasta la locura. Lo sabes, lo sientes ahora mismo, te sientes observado, vigilado, amenazado, impotente, ante lo que te está mirando ahora mismo, para entrar en cuanto tenga la oportunidad, si es que no ha entrado en tu ser ya y te está invadiendo poco a poco. Esa sensación, angustia y dolor en el pecho, ansiedad, ahogo, pánico, confusión, locura, sufrimiento...

Miedo.

sábado, 15 de octubre de 2016

El Ángel de la Muerte

Un día, Satán decidió mandar a un ángel a la Tierra para hacerse con las almas de todos los pecadores. Cogió barro y un trozo de su propia alma, para así darle forma al ser. Con sus manos lo moldeó y le dio apariencia de mujer, alta, delgada, con pelo negro y largo hasta la cadera. Le puso alas de cuervo, la armó con una guadaña y la vistió con una toga negra. Con un suspiro le dio vida, y en cuanto la criatura cobró conciencia, Satán le susurró:

- Ve mi ángel, ve y ofréceme todas las almas pecadoras que sientas. Mátalos a cada uno de una forma distinta, cada una más atroz que la anterior, para torturarlos así toda la eternidad.


El ángel inmediatamente despegó y cruzó la barrera entre el infierno y la Tierra, su sed de sangre la guio a su destino; una cabaña en un bosque nevado. El ángel tomó la forma de una anciana de cabellos blancos y ojos grises, que, con paso lento y figura encorvada, se dirigió a la cabaña y llamó a la puerta. Un hombre cuarentón atendió, y ella inmediatamente miró su alma a través de sus ojos. El horror se lucía ante ella para tomar al pecador y darle su castigo; un horrible recuerdo de un hombre golpeando a una mujer hasta romperle el cráneo, mientras una niña lloraba arrinconada, le dio a entender qué debía hacer. La anciana solicitó con voz suave y ahogada hospedarse allí por una noche, para a la mañana partir a su aldea. El hombre aceptó sin mucha confianza, y le preparó su habitación, una habitación infantil que parecía no haber sido usada desde hace mucho. A media noche, el hombre invitó a la anciana a ver televisión junto a la chimenea. La anciana esperó, y el hombre se fue durmiendo lentamente en el sillón. Cuando ya se hubo dormido, el ángel cobró su verdadera forma y empujó al hombre al fuego, golpeándolo a la vez en el cráneo con la guadaña para que así no pudiera escapar. Después de una horrible agonía, el hombre murió, y su alma fue entregada al ángel, satisfecha de su trabajo. Así, despegó hacia su próxima víctima.


Voló sombría y feroz hacia un apartamento, y miró a través de la rendija de una ventana. Vio a una mujer, de ojos fríos y cabellos castaños, preparándose para darse un baño. Observó sedienta su alma, y borrosos recuerdos surgieron; una noche lluviosa, una mujer conducía, cuando de repente atropelló a un animal, para después reírse y fugarse, orgullosa de lo que hizo, mientras el animal se desangraba y agonizaba hasta morir. El ángel esperó a que su víctima se desnudara y entrara a la bañera. Ésta sumergió su cuerpo desnudo hasta el cuello cerrando los ojos disfrutando el calor. El ángel se asomó al baño, y, fijando su mirada en la superficie del agua tibia, hizo que ésta se congelara, dejando a la mujer atrapada e inmóvil. La mujer aulló de pánico, gritó y gritó, pero nadie la escuchaba. El hielo poco a poco iba penetrando en su cuerpo, congelando primero su piel, para luego entrar y congelar su sangre. Agonizó lentamente hasta que su vida se desprendió de su cuerpo. El ángel tomó su alma, sonrió y voló hacia otra víctima. Así, el ángel fue tomando poco a poco las almas de todos los pecadores que encontró, hasta que, saciada de sangre, volvió al infierno y le entregó las almas a Satán. Éste, sonriendo, le dijo:

- Bien hecho, mi ángel. Has ejecutado la verdadera justicia. Mi ángel de la Muerte.